sábado, 12 de noviembre de 2016

No es la ciencia la que redime al hombre

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No es la ciencia la que redime al hombre.
El hombre es redimido por el amor.
Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano.

Cuando uno experimenta un gran amor en su vida,
se trata de un momento de « redención »
que da un nuevo sentido a su existencia.

Pero muy pronto se da cuenta también
de que el amor que se le ha dado,
por sí solo, no soluciona el problema de su vida.

Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte.

El ser humano necesita un amor incondicionado.

Necesita esa certeza que le hace decir:
« Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados,
ni presente, ni futuro, ni potencias,
ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna
podrá apartarnos del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39).

Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta,
entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido »,
suceda lo que suceda en su caso particular.

Esto es lo que se ha de entender
cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ».

Por medio de Él estamos seguros de Dios,
de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo,
porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre
y cada uno puede decir de Él:
 « Vivo de la fe en el Hijo de Dios,
que me amó hasta entregarse por mí » (Ga 2,20).

Benedicto XVI.
Spe Salvi 26




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No es la ciencia la que redime al hombre

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No es la ciencia la que redime al hombre.
El hombre es redimido por el amor.
Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano.

Cuando uno experimenta un gran amor en su vida,
se trata de un momento de « redención »
que da un nuevo sentido a su existencia.

Pero muy pronto se da cuenta también
de que el amor que se le ha dado,
por sí solo, no soluciona el problema de su vida.

Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte.

El ser humano necesita un amor incondicionado.

Necesita esa certeza que le hace decir:
« Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados,
ni presente, ni futuro, ni potencias,
ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna
podrá apartarnos del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39).

Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta,
entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido »,
suceda lo que suceda en su caso particular.

Esto es lo que se ha de entender
cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ».

Por medio de Él estamos seguros de Dios,
de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo,
porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre
y cada uno puede decir de Él:
 « Vivo de la fe en el Hijo de Dios,
que me amó hasta entregarse por mí » (Ga 2,20).

Benedicto XVI.
Spe Salvi 26




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